jueves, 31 de octubre de 2013

Halloween, un buen día para estar en "tus días"

Hay un monstruo en mi interior que despierta una vez al mes para sacarme en cara que todo mi discurso "Soy una mujer fuerte, hermosa, segura e independiente" es un plagio a la web de Manuela Ramos. No existen las mujeres emocionalmente estables. Yo no conozco ninguna y apostaría la hamburguesa grasienta que corrí a comprar anoche a que todos los hombres víctimas de una enamorada/esposa/mejor amiga/affair con el estrógeno a 200 km/h, tampoco.

Es 31 de octubre, fin de mes y Halloween; gran fecha para un actitud de Mr. Jekyll and Mr. Hyde Me puse a pensar cuántas pobres almas desdichadas hoy sufren los estragos de "la maravilla de la femineidad" y, si son cristianas, maldicen a Eva por no su falta de compromiso ético al engullir la mazana, y si son ateas o agnósticas, a las hormonas (se les echa la culpa de todo).

Aquí una guía para todos los hombres puedan soportarnos con un poquito más de sabiduría en el camino y evitando arranques venenosos que hieran su dignidad porque, estimados saltamontes, las mujeres "en sus días" actúan como un ejército autómata, hacen lo mismo.

1. Queremos dormir

Existe una hormona (sí, otra vez una hormona) llamada serotonina. Esa es la culpable de que lleguemos tarde al trabajo, nos durmamos en el cine y  bostecemos al escuchar su cautivador relato de cómo metieron un gol, desafiaron a su cuerpo hasta el abdonimal n°600 o, sin son más hipsters, cómo ese nuevo director camboyano es el nuevo Scorsese.

2. Queremos paz

No nos pidas que te hagamos un favor, en tres días puedes arreglártelas solo. Y si no lo logras, y optas por arriesgar tu pellejo solicitando nuestra ayuda, acostúmbrate a las miradas de desprecio. Te veremos como  Hannibal Lecter a sus víctimas, pero no pensamos ingerirte, te queremos lejos. Así que si el problema es inminente y rehuye de todos los canales de tu comprensión y requiere de la sabiduría de Atenas, acércate con algo dulce porque aquí viene el número tres.

3. Queremos comer

Más específico, queremos grasa. Si los fast food hicieran una campaña "ruler friendly" todos los fines de mes, dispararían sus ventas. No hay nadie más antojadizo que una mujer embarazada, pero una en sus días le toca los talones. La única relación que queremos es esa que tenemos con el ketchup y las papas fritas, compañeras de la vida. Para todos los que pregonan que en esta época del mes se debe ingerir más hierro, ahórrense el discurso, no lo hacemos.

4. La necesitamos sí o sí

Hoy todos son open mind, así que no hay lío si se acercan a una farmacia y la piden. Me refiero a la pastilla mágica, ese invento alivia cuando el cuerpo protesta contra una y no lo hace como Ghandhi, sino al "CGTP style".Puede que este invento controle a las brujas que viven en nosotras y que despertaron hoy, en Halloween.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Me rompieron el corazón a los 16


Te estremeces y sigues la ruta que tu cuerpo te impone hasta el espejo. De pie, erguido frente a él, descubres unos ojos húmedos y una nariz encendida. Aunque no lo parecen, son tuyos. Ha ocurrido otra vez, han clavado el cincel en tu coraza dejando una fisura, que si bien no trae consigo un sangrado interno, sí llega acompañada de un duro periodo de autointerrogatorios y culpa.

Ya no lo tienes, no es tuyo. Ahora estás solo con un contrato roto y una libertad que no deseas. No vas a morir y esa quizá es la peor parte, te obligan a seguir andando con tus heridas. Total, a todos les han roto el corazón alguna vez, pero claro, nadie te dio la prescripción para sanarlo.

Hoy mi chico y yo nos sentamos mirándonos las caras en una banca , cada uno con una centena de argumentos, bajo un sol tan cálido que nos seducía a creer que hoy, en efecto, era un día inusual. Debatimos, movimos nuestras piezas con cuidado, como en el ajedrez, guardamos la reina, sacrificamos peones. Hubo un jaque mate para ambos, relajamos las posiciones y la atmósfera se caramelizó. A veces las peleas parecen llevarte al final de todo. Es allí cuando la voz de mi mente lo subestima y replica: " Él no tiene ni idea de lo que es eso".

Aunque solo hayan terminado conmigo una vez, siempre he alardeado de ser duchísima en el desamor. Un retazo de mi inconsciente está convencido de que ya lo vivió todo. Detrás de ello hay una historia ¿Por qué escribirlaí? Porque han pasado tantos años y las cosas van tan bien que no quisiera correr el riesgo de olvidarme de lo vivido, de la experiencia ganada.

Me rompieron el corazón cuando tenía 16. Podría ponerle ese título a una canción, pero no lo haré porque soy muy floja y escribir canciones es más difícil que hacer poesía o contar tu vida, hay que buscarles la "musicalidad".

Yo tenía un semestre cumplido en la universidad y él aún postulaba. Yo presumía de mis nuevos amigos universitarios con él y alardeaba de él con "esa gentita". Yo lo quería como se quiere a los 16, con ilusión de colegial, esa inocencia que considera una tremenda falta de respeto que te agarren el trasero y del sexo ni hablar, cuando me case. Un candor que disfrutaba de los besos porque sabía que no había nada detrás de ellos. Yo tenía 16 y era, como me lo recordaron hace poco, una mosca muerta.

Mi panal de abejas se derrumbó en una semana, los siete días previos al primer aniversario de mi vida ¿Alguna vez sintieron que huyen de ustedes? Él entró al chat, pero no habló; llegó de visita, pero no rió; se fue a una fiesta, no me llevó. Mirando hacia la calle, escuchaba a Laura Pausini decirme "cuando se ama el final se presiente, se nota frío, tan frío". Me cubría la cara. Imposible ¿Le has visto la cara, Laura?  Y es que si en algo no me fijé cuando le dije "sí, quiero estar contigo", luego de que me contará toda  la historia de cómo me conoció, se hizo mi amigo y le comencé a gustar, fue en su aspecto. Me atrapó su buen humor.

No importaba nada , llegó el día. Él me había garantizado que me recogería de la universidad y esperé donde siempre dos horas, pero no apareció. Fui a casa acumulando ira y esperando chocolates, flores y un peluche, lo que solía hacer cuando metía la pata. Tocó el timbre,  me entregó una carta y me dio un beso en la cabeza. Yo, sin abrir el sobre, comencé a llorar.

Resumen
"Conejita XD feliz aniversario. Creo que ha llegado el momento de que nuestras vidas tomen caminos separados. Yo voy a trabajar en un estudio de diseño y ya no voy a tener mucho tiempo para nosotros... bla..." ( Notese el "XD" del texto porque es real). No lo llamé, tenía mi orgullo.

El llanto me duró los tres meses siguientes, profundo, sentido y ruidoso. Perdí la vergüenza, total, yo lloraba por amor. Había desencadenantes de mi drama por todos lados: música, películas, flores, bancas de la universidad,  África, la clase de sociología, etc. Párrafos atrás hablaba de la culpa. Hice el examen de conciencia más largo de mi vida (a los 16) y, por supuesto, me consideré culpable de todos los cargos que nadie que imputó. Buenos amigos, fuertes horas de ejercicio y mi familia lograron convencerme de lo contrario.

¿Cómo lo superé? Un clavo saca a otro clavo. El problema es que yo elegí a la primera tachuela que se cruzó en mi camino. Esa es otra historia.

viernes, 20 de julio de 2012

La foto del Facebook: Traición al 30%


Pasas por una vereda del Centro de Lima y ves a una pareja tomada de la mano. Te preguntas qué será lo que cotillean con esos ademanes azucarados que uno practica con mucha holgura y que resultan estrafalarios cuando se observan en terceros. 

Ella sabe que él salió el sábado. Es mujer, calculadora por naturaleza. Desea obtener información para poder desmembrarla y saborearla. Cada detalle que él declare es una pista valiosa para armar el inescrutable rompecabezas de una noche de copas con amigos y amigas. Aunque miles de posibilidades sobre cómo se comportó su chico  revolotean en su mente, debe ser sutil y sigilosa; no dar a conocer sus verdaderas intenciones. Por eso pregunta: "¿Qué hiciste el sábado, amor?", suave, cariñosa y cínica.

Él la conoce, no lo engaña. Sabe que su respuesta derivará en una pelea o prolongará un buen rato en pareja. Por eso dice: "Nada. Salí con la gente de mi promo, pero todo tranqui". Ella, en el fondo, odia que él gasifique con vocablos como "tranqui". No le dicen nada. No hay rastro que seguir y el amago de su labor detectivesca se ve frustrado por una creciente desidia. Aborta.

Y aquí empieza nuestra historia. Con la llegada de las redes sociales, la vida de los demás es accesible y los destapes, también. Ingresas al Facebook, das clic en Inicio para nutrirte de las últimas patrañas (nuevas parejas, nuevas embarazadas,  nuevos gay libres en el mundo, etc.). Ves que tu chico fue etiquetado con su amiga del alma, su ex camarada de la escolta, una presunta hermana de otra madre. Ambos posan radiantes junto a un juguete de despedida de soltero. Sonríen felices y abrazados junto al pene plástico. Tú, anidando rencor, podrías jurar que el falso consolador también ríe dichoso y se burla de ti. Empiezas a pensar en el siguiente paso.

¿Es incorrecto encumbrar la ira por ello? Las normas sociales del noviazgo nos dicen que una infidelidad se cierra con un beso, al menos en las relaciones "no abiertas". Por ello, la foto del Facebook podría ser considerada una traición al 30%. Te da comezón y te deja mal, pero no puedes hacer nada al respecto.


- No me gusta para nada esa foto, ¿qué van a pensar todos de mí? Además, yo no me tomo fotos así.
- ¿Quiénes? Eso solo está en el Facebook de mi amiga (no la llama "cuenta de Facebook", dice Facebook, como si su amiga tuviese un hijo de Mark Zuckerberg: Junior, "el heredero").

Algunos no conocen el poder de convocatoria de una etiqueta. Lo cierto es que, a menos que se desee terminar la relación, alegando "conducta inmoral", no es posible estructurar un reclamo contundente, ni posibilidades de evitar la reincidencia. Lo único que podemos hacer es encomendarnos a la prudencia de nuestra pareja y a la clemencia  del "fotógrafo" de la fiesta ( el sujeto del iPhone que pide a todos decir "cheese" y, ante la inadvertencia del público, se vuelve arbitrario y dispara su touchscreen contra todos). Esperar algo de compromiso la siguiente vez.

miércoles, 27 de junio de 2012

El borracho de la combi

Uno de los placeres culposos que siempre me permitiré y nunca nadie comprenderá es el de viajar en microbus o en combi. Siempre me sentí fascinada al camuflarme en la atmósfera informal y charlatana del servicio de transporte público. Sentarme el bus, sobre todo cuando no llevo prisa,  me permite disfrutar de un retazo de la piel del viajero; una sensación de descubrimiento constante.

Solo existe un detalle que, de sumarse a la oferta de promesas que se me otorgan al pagar el importe de un sol del pasaje y el exceso que agrega el cobrador, haría que cada uno de mis recorridos sea perfecto: la reserva de derecho de admisión. No, no me volví prejuiciosa, ni racista. El único personaje que desearía expulsar de mi entorno es al ya icónico borracho de la combi.

Aún no entiendo el porqué. Quizá sea cuestión de química o de psicología, quizá hay un instinto primitivo de supervivencia que predispone a los dipsómanos a atacar a las pecosas. La única certeza que tengo es la empírica, ya que cada minúscula vez que un sujeto pasado de copas ha ingresado a mi atesorado y maloliente refugio, ha terminado agobiándome, reclamándome cosas y hasta sintiéndose indignado por algo que hice con una superioridad moral que solo un borracho puede presumir.

El problema de las situaciones incómodas en el bus es que dejan de serlo cuando bajas y, en unas horas, se almacenan en la zona "delete" de la memoria. Y, sin que le des muchas vueltas, llegan días como el de hoy, en los que recuerdas por qué a veces es importante tener un gas pimienta en la cartera.

Salí temprano del diario rumbo a una sesión de manicure, recurso al que apelo para dejar de morderme las uñas porque me da miedo comerme el esmalte (estoy segura de que es tóxico y soy muy astuta como para dejarme morir por algo así). Pude ir en colectivo, pero a quién voy a engañar: soy tacaña. Me dejé llevar como siempre desde el cruce de las avenidas Miro Quesada y Carabaya hasta Dos de Mayo.

En el paradero la vi: una combi con un sitio vacío. Hay mucha gente esperando alrededor, probablemente desde hace más de 20 minutos, pero no va por el asiento. Y como yo soy muy viva, me apuro, camino a través de la gente con una sonrisa presumida en el rostro y me siento. La combi arranca de inmediato y de inmediato mi olfato lo percibe: aliento de borracho, justo detrás de mí.

No se trataba de cualquier borracho, este era chalaco y, por lo que balbuceaba, las veces que mencionó el alegre barrio de Atahualpa, el profundo rencor que le tenía a sus vecinos de Loreto  y la pinta que se traía, también era delincuente. Yo ya no me sentía tan viva.

"Basta, no tiene porqué atacarte si no le haces nada. Lee. Sí, haz eso.", pensé. Fue allí cuando vi las Converse imitación, sucias y deterioradas, asomarse al lado de mi asiento. El sujeto había estirado las piernas y se encontraba tumbado en la fila de atrás, la más peligrosa en una combi.

Me relajé, juré que no le haría caso, saqué mi libro de turno y empecé a leer, siempre fijándome por dónde íbamos. El viaje se prolongó un siglo, pero al menos no me había pasado nada; sin embargo, tres cuadras antes de bajar, sentí que alguien recostó su brazo en donde yo apoyaba mi cuello. Volteé instintivamente y el borracho retiró la mano. "Voy a darle su espacio", pensé, y me incliné hacia adelante. Fue allí cuando empezó el  ataque.

El sujeto, hipersensible y herido en su orgullo atahualpino, me preguntó. "¿Te pasa algo conmigo?¿Te jodo?" , impregnando el ambiente de su aliento a tinner. Yo miré al cobrador en busca de auxilio, pero el darme cuenta que este era incluso menos vivo que yo, le respondí al borracho ( que en las proyecciones de mi imaginación portaba un arma): "no señor, yo jamás". Balbucea y levanta un brazo, pero ya hemos llegado a mi paradero. Lo esquivo, me levanto y me marcho, pensando de nuevo en el gas pimienta que, probablemente, jamás llegaré a comprar.



domingo, 24 de junio de 2012

De lanzamiento!

"El primer paso siempre es el más difícil": Eso dicen las abuelas. Yo no les creo ni a ellas, ni a la complejidad de los primeros pasos. Le tengo más fe a la flojera que me causa el emprendimiento, la misma que me ha hecho postergar el lanzamiento de mi "diario a voces" (blog). Aquí narraré detalles sobre mi día a día, con amigos, enamorado, familia, compañeros, todos.

¿Por qué leerme? Porque soy una mortal más de 21 años con ganas de hacer una catarsis de todas y cada una de sus metidas de pata y de celebrar los buenos momentos. Así que si no les sorprende lo que pasa en mi vida, por lo menos, se llevarán un buen chisme.

PD: Hoy he dado un primer paso.

domingo, 5 de junio de 2011

Como por mí y por ustedes también

Tengo un sandwich frente a mí y estoy cansada de pretender que me lo comeré. Existen momentos en la vida en los que quieres largarlo todo y mudarte a uno de los paisajes de las películas vintage, como si eso de que la combinación "sol playa y arena" espantase las responsabilidades ( lo he intentado, no funciona). Si eres la clásica flacucha de 48 kilos y 1,60, me entenderás a la perfección.
Con 16 años, era lo que podríamos llamar el prototipo perfecto de "niña nerd consentida". Tareas que jamás se dejaban para última hora . Manuales de autoayuda que impulsaban mi "proactividad académica". Ojeras ( no de estudio, de nacimiento). Rollitos.  Unos cachetes regordetes que hace poco, al ver una fotografía de esas gloriosas épocas, pude notar ¡Ahora entiendo porqué todos me pellizcaban la cara! ¡Era por eso!
El tiempo pasó. En un par de años, el estrés, las nuevas medidas nutritivas aplicadas en casa (que eliminaban la carne roja casi por completo), el amor (sí, el amor), crecer unos cuantos centímetros, tomar anticonceptivos para quistes ováricos y la destreza física que exige el periodismo, desvanecieron los curiosos mofletes de ardillita que le daban un aspecto cómico a mi rostro. La cintura apareció. Los brazos se estilizaron. Las caderas... Esas jamás las tuve.
La pérdida de unos kilos no viene sola, siempre llega con comentarios. Es como si las personas muriesen por saber "qué carajo" pasó. No les interesa si fue el ejercicio o una dieta sana, mucho menos si, como yo, no tienes ni idea de lo que ocurrió y sólo presumes las causas del adelgazamiento. Es más interesante crearle una "anorexia nerviosa" a alguien. Sí, digamos que Nancy tiene una. 
Los comentarios llegaron a casa. Rápido. Hirientes. Cuando digo comentarios, hablo en serio. Le dejaron a mi madre uno en el facebook. A partir de ello, comí y comí, pero nunca engorde. No lo niego, me hace feliz poder ingerir lo que sea y no subir ni un gramo. Es delicioso. A veces me causa estrés no haber desarrollado más la retaguardia, pero eso se me pasa. Aunque, a veces es demasiado.
Cada visita a la casa del hermano de mi madre terminaba en "¡Estás muy flaca! Nancy, eso te hace daño". Intentar convencer a una persona que se cruza de brazos es imposible. Decirles que así era ahora y que comía como cualquiera era perder el tiempo. Me quedaba callada. Elogiaba con inteligencia y a drede la comida de mi tía. Quería que me escuchen. La comía con verdadero gusto. No cocina nada mal. Pero era lo mismo, cada vez que me aparecía por allí, se resaltaba en algún momento el peso perdido. Y eso que ya pasaron años. Supongo que no me ven con frecuencia.
En otra ocasión,  me tocó almorzar con un grupo de amigos, algo mayores que yo, a las doce del día. Leíste bien, doce. Nadie tiene hambre a esa hora. Había llevado un diminuto recipiente con estofado de pollo y arroz. Pensaba comprar una entrada. Una papita a la huancaína y una jarra de limonada que aplaque el calor del húmedo verano limeño. Todo ello a las dos, no a la doce. No pude terminar mi almuerzo. La comida acabó en un sermón de que debo alimentarme mejor. Había almorzado con ellos antes. Por alguna razón, sólo ese "desliz"originó un seguimiento exhaustivo a lo que ingería. No me malinterpreten, quiero a esas cinco personas que se preocupan por mi salud. Pero, sólo a mí ¿Por qué sólo a mí? Mi relación con la comida es de deleite total. La amo. 
¡Comer para que los demás te vean es agotador! Hoy me hallo en la dicotomía. "Ser o no ser". Ingerir la enorme hamburguesa que no deseo. Que espera a mi lado. Entregar el plato vacío. Verlos sonreír. A todos. A mi madre, especialmente. O admitir que NO tengo hambre. Seguir bebiendo mi taza de té caliente. Buscar algo ligero. Una galleta. Otra taza de té.
No doy más. Comeré. No porque ellos imperan sobre mis decisiones. No. Escribir me da hambre. Quizá mañana, si me presentan huevos con jamón en el desayuno y no los quiero, tendré el valor de rechazarlos. Sí, mañana.